domingo, 19 de abril de 2015

III

Sus ojos en cuarto creciente, arrestada tras una hilera de pestañas, salivando, descubrió que;leer también era huir. 

         Se supo entonces, cobarde. Como la muerte que frívola, nos abandona a merced de, nadie sabe qué, aunque lo afirme. 

Me vi entonces reflejada en los ojos de mi abuela, que no parecía angustiada,irradiaba una serenidad placentera de la que ninguna copa me habla. 

Y allí, envuelta en una tormenta de sábanas blancas, esperando un latigazo de sol mañanero que devolviera el color a las cortinas de un cuarto que carece de contenido. Yo.

Que sufría el tiempo que la tierra emplea en dar una vuelta alrededor de su eje, tratando de abreviar mis citas tomadas a pulso y con buena letra. 

me doblaba entre mis lunares con el fin de hacerme polvo, los huesos ,y una brisa nos empuje a un mar que no entienda de desiertos.

que sacuda mis rincones con el agravio de tus dedos surcando las olas de mi piel que arrastras sobre mi espina dorsal sin rosa. 

todo esto, o un beso.