II
Lo sutilmente divertido que tiene que ser, formar parte de una facción de enclenques embriagados. Y que te reconozcan por ello, claro.
Sólo basta el deslizarte por el frío cristal de un viejo bar de barrio, que nada tiene de especial, para que al entrar te encuentres servido. Algo parecido a que la barra de un bar tiene memoria.
Bares a los que acudes ya meado de casa, porque entrar al 'toilette' es un suicidio con mala puesta en escena.
Bares en los que te atragantas con el humo que no fumas, y que te deja entrever a lo lejos, como Carolina lleva el carmín corrido de los lunes y se frota salvajemente con uno que sin duda podría ser su padre. Maldita niña tonta.
En la esquina está Fermín, lleva viudo poco menos de cuatro años y se sienta en la única mesa para dos, que a todo esto, comparte con su copa de brandy.
Y luego yo, un soñoliento incomprendido. Que ahoga su insignificante existencia en alguna copa de más, donde dejo mis inquietudes cada noche en prenda, con la esperanza de olvidarme dónde las he dejado, y que acabo recogiendo cada mañana. Y vuelvo , aniñado, a sentarme bajo la alcachofa, girar la oxidada manivela de la ducha y esperar.
Esperar a que por fin, me encuentres.
Dejándome, deslizar por el frío cristal de un viejo bar de barrio, que nada tiene de especial.