martes, 21 de abril de 2015




IV

A decir verdad -por no caer en la rutina-, tus ojos eran lo de menos. 

domingo, 19 de abril de 2015

III

Sus ojos en cuarto creciente, arrestada tras una hilera de pestañas, salivando, descubrió que;leer también era huir. 

         Se supo entonces, cobarde. Como la muerte que frívola, nos abandona a merced de, nadie sabe qué, aunque lo afirme. 

Me vi entonces reflejada en los ojos de mi abuela, que no parecía angustiada,irradiaba una serenidad placentera de la que ninguna copa me habla. 

Y allí, envuelta en una tormenta de sábanas blancas, esperando un latigazo de sol mañanero que devolviera el color a las cortinas de un cuarto que carece de contenido. Yo.

Que sufría el tiempo que la tierra emplea en dar una vuelta alrededor de su eje, tratando de abreviar mis citas tomadas a pulso y con buena letra. 

me doblaba entre mis lunares con el fin de hacerme polvo, los huesos ,y una brisa nos empuje a un mar que no entienda de desiertos.

que sacuda mis rincones con el agravio de tus dedos surcando las olas de mi piel que arrastras sobre mi espina dorsal sin rosa. 

todo esto, o un beso. 




sábado, 18 de abril de 2015

II

Lo sutilmente divertido que tiene que ser, formar parte de una facción de enclenques embriagados. Y que te reconozcan por ello, claro. 

Sólo basta el deslizarte por el frío cristal de un viejo bar de barrio, que nada tiene de especial, para que al entrar te encuentres servido. Algo parecido a que la barra de un bar tiene memoria. 

Bares a los que acudes ya meado de casa, porque entrar al 'toilette' es un suicidio con mala puesta en escena.

Bares en los que te atragantas con el humo que no fumas, y que te deja entrever a lo lejos, como Carolina lleva el carmín corrido de los lunes y se frota salvajemente con uno que sin duda podría ser su padre. Maldita niña tonta. 

En la esquina está Fermín, lleva viudo poco menos de cuatro años y se sienta en la única mesa para dos, que a todo esto, comparte con su copa de brandy. 

Y luego yo, un soñoliento incomprendido. Que ahoga su insignificante existencia en alguna copa de más, donde dejo mis inquietudes cada noche en prenda, con la esperanza de olvidarme dónde las he dejado, y que acabo recogiendo cada mañana. Y vuelvo , aniñado, a sentarme bajo la alcachofa, girar la oxidada manivela de la ducha y esperar. 

Esperar a que por fin, me encuentres. 
Dejándome, deslizar por el frío cristal de un viejo bar de barrio, que nada tiene de especial. 






lunes, 13 de abril de 2015


 I 

La bombilla del pasillo nunca se encendía a la primera, tal vez tampoco a la segunda, era una de esas situaciones en la que inconscientemente, por naturaleza humana te ves obligado a golpear las cosas, y esa suerte tuvo aquel pequeño interruptor que ni era amarillo ni blanco, era de un tono intermedio que mi tía Amparo sabría establecer, pero que yo definiré llanamente como añoso. 

Siempre olía a tabaco en ese pasillo. A mí tío le gustaba mecerse en un destartalado sillón y figurarse navegar en una especie de submarino, entre olas de humo, y ninguna ventana abierta. No creas, no me desagradaba el olor a tabaco.

Mi tío era uno de esos hombres cuyo aliento apestaba a whisky barato, pero que mirabas con aprecio, como si su aura carismática embriagara (paradójicamente) a todo aquel que se cruzase por su camino, y encandilados olvidaran que era un pacífico borracho.

Y como buen borracho; hay que ver qué bien escribía. Tenía una sutileza que parecía haber sido fruto de los más descabellados deseos de ese ente paternal del que tanto hablan los libros. Aunque sería un obsequio irracional, ilógico, la más monumental insensatez.

¿Quién concedería tal ofrenda, a un prójimo ateo?