cuando era pequeña miraba por la ventana de la habitación de mis padres,
que ya ha dejado de ser el de mi madre, el pino del jardín.
ese viejo árbol, que de cuando en cuando me paraba a mirar,
nunca le pusimos un columpio,
y lo pensé muchas veces,
nunca le escribimos con un punzón
nuestras iniciales,
ni miramos de cerca sus nidos,
ni arrancamos sus hojas,
ni siquiera las cogimos del suelo
para guardarlas en un libro,
ahora, algo menos pequeña
ahora, que tú,
ahora,
descubro que hay seres a los que no se les pueden
poner un columpio,
transcribir iniciales,
coger sus hojas,
meterlas en un libro.
sábado, 25 de febrero de 2017
tenía un ventanal de madera en mi cuarto, tres láminas, de cristal y madera blanca.
entraba el frío, de día y de noche, el sol sólo calentaba de 12:00 a 14:30, a esa hora nunca estaba en casa, pero dejaba las plantas cerca del ventanal.
frente a mi ventanal ocho líneas de ventanas no exactas, de más de cuatro personas por casa, familias o estudiantes, y aún no sé cuántos ojos me han visto revolotear desnuda por casa, porque me niego a correr las cortinas, partiendo de la base de que esta expresión ya de por sí debería prohibirse, por incongruente y mala, mala de cojones.
4 azulejos del suelo se congelaban del frío, y por ellos nunca pasaba la calefacción central de este viejo edificio, que seguirá siendo viejo, incluso más!, cuando deje yo de vivirlo. la calefacción no tenía gran sentido, nunca entendí sus horarios, supongo que era como las horas de calor del sol que llegaban al ventanal, yo nunca estaba, con la calefacción pasaba lo mismo, empezaba de 18:00 a 20:00 y atento, aquí paraba, y volvía a la vida a las 4:00 hasta las 6:30, y era magnífico porque me despertaba un día sí y otro (no podría decir que otro también porque, mentiría, alternaban los ruidos hoy sí, mañana no, pasado tampoco, y el siguiente sí, pero el que le sigue pues también), no tenía un orden lógico temporal, carecía de horario el calefactor revolucionario, que sonaba con un martillo golpeando metal, acero y toda la cubertería del puñetero mundo, juntos, sí juntos, y no, no es que durara un minuto, se prolongaba hasta ocho, ocho minutos con tenedores sonando, sueño con echarlo de menos, cuando deje yo de vivirlo.
pero la mejor calefacción, la indudable, y también nada silenciosa, su espalda, esa noche acerqué mi mejilla a su espalda, y me destapé los pies.
entraba el frío, de día y de noche, el sol sólo calentaba de 12:00 a 14:30, a esa hora nunca estaba en casa, pero dejaba las plantas cerca del ventanal.
frente a mi ventanal ocho líneas de ventanas no exactas, de más de cuatro personas por casa, familias o estudiantes, y aún no sé cuántos ojos me han visto revolotear desnuda por casa, porque me niego a correr las cortinas, partiendo de la base de que esta expresión ya de por sí debería prohibirse, por incongruente y mala, mala de cojones.
4 azulejos del suelo se congelaban del frío, y por ellos nunca pasaba la calefacción central de este viejo edificio, que seguirá siendo viejo, incluso más!, cuando deje yo de vivirlo. la calefacción no tenía gran sentido, nunca entendí sus horarios, supongo que era como las horas de calor del sol que llegaban al ventanal, yo nunca estaba, con la calefacción pasaba lo mismo, empezaba de 18:00 a 20:00 y atento, aquí paraba, y volvía a la vida a las 4:00 hasta las 6:30, y era magnífico porque me despertaba un día sí y otro (no podría decir que otro también porque, mentiría, alternaban los ruidos hoy sí, mañana no, pasado tampoco, y el siguiente sí, pero el que le sigue pues también), no tenía un orden lógico temporal, carecía de horario el calefactor revolucionario, que sonaba con un martillo golpeando metal, acero y toda la cubertería del puñetero mundo, juntos, sí juntos, y no, no es que durara un minuto, se prolongaba hasta ocho, ocho minutos con tenedores sonando, sueño con echarlo de menos, cuando deje yo de vivirlo.
pero la mejor calefacción, la indudable, y también nada silenciosa, su espalda, esa noche acerqué mi mejilla a su espalda, y me destapé los pies.
estas luces están tan fuera de contexto,
que casi ni las veo,
porque además puede que ni estén.
Pero, veo tu pelo más veces
de las que lo he visto en realidad.
Pero, veo tus manos más veces
de las que las he podido tocar
y me apetecen tanto tus brazos,
que no entiendo por qué
de lo absurdo
¿pero de qué brazos hablo?
creo que tampoco tienes brazos,
tienes dos ramas llenas del otoño
que vas arrastrando desde hace creo que
más años de los que tienes
espero que no.
pero nunca pasa lo que espero.
¿te llamas otoño?
porque tendría mucho sentido
más del que no lo tiene ahora
y era fácil
pero, tú otoño, ¿dónde has dejado tus hojas?
porque me han dicho que se pueden secar entre
las hojas de los libros que me quiero leer
y que duermen a los pies de mi cama,
con un filtro verde
de una lámpara
que ya no recuerdo donde compré
y así con todo.
estas luces están fuera de contexto.
que casi ni las veo,
porque además puede que ni estén.
Pero, veo tu pelo más veces
de las que lo he visto en realidad.
Pero, veo tus manos más veces
de las que las he podido tocar
y me apetecen tanto tus brazos,
que no entiendo por qué
de lo absurdo
¿pero de qué brazos hablo?
creo que tampoco tienes brazos,
tienes dos ramas llenas del otoño
que vas arrastrando desde hace creo que
más años de los que tienes
espero que no.
pero nunca pasa lo que espero.
¿te llamas otoño?
porque tendría mucho sentido
más del que no lo tiene ahora
y era fácil
pero, tú otoño, ¿dónde has dejado tus hojas?
porque me han dicho que se pueden secar entre
las hojas de los libros que me quiero leer
y que duermen a los pies de mi cama,
con un filtro verde
de una lámpara
que ya no recuerdo donde compré
y así con todo.
estas luces están fuera de contexto.
miércoles, 8 de febrero de 2017
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